Por: Nikte Requejo-Mendoza

19 Julio 2025

Una cicatriz, creo yo, compartida. Tal vez algún día le pregunte a las mujeres de mi familia si su cicatriz es similar a la mía. Esta cicatriz ya es queloide, grande y marcada, y me encanta que forme parte de mí. La puedo sentir como la base de la mujer que soy hoy, como un cimiento fuerte. La siento y me recuerda la mujer en la que me he convertido. Y aunque no es visible a los ojos de otros, es latente. Creo que quienes compartimos un pedacito de ella —tal vez no con la misma forma o sensación, pero sí con el mismo origen— podemos observarla y reconocerla en las otras.

Esta marca se ha formado a lo largo de años, empezando a aparecer cuando tenía entre cinco y ocho, mientras observaba a esas mujeres trabajadoras a más no poder, y no por gusto, sino por imposición social. Disfrutaban las noches de reuniones en esas vacaciones cada medio año, donde, una vez terminada la jornada de cuidados impuesta por una sociedad y una familia patriarcal, la noche y el café eran momento de libertad y acompañamiento. Esas noches eternas donde el café no escaseaba y acompañaba a las pláticas libres, muchas veces llenas de sentimiento, de dolor, y muchas otras también de felicidad.

Se recordaban momentos vividos en años anteriores, cuando algunas de las más jóvenes de esas tertulias no habíamos nacido, pero nos hacían partícipes con los relatos de cada “aventura” por parte de las mujeres más grandes: mi mamá, mis tías, mis tías abuelas. Esas noches eran como aquelarres donde se conjuraban alianzas de cuidado y protección entre las mujeres que habitábamos esa familia. Sentía una mezcla de ansiedad y fascinación, como si espiar sus secretos (hoy lo sé) fuera parte de mi entrenamiento para la vida.

En mis primeros años de asistir a esas juntanzas, muchas veces el sueño quería vencerme, y yo luchaba contra él con tal de formar parte de esos momentos de magia. Quería tanto quedarme ahí, sintiendo que, si me dormía, me perdería algo que podía cambiarme para siempre. En esos momentos a las jóvenes solo se nos permitía escuchar, y algunas veces se nos mandaba a dormir con la encomienda de no estar de “orejonas”. Supongo que se tocaban temas que las brujas mayores consideraban no aptos para nosotras. Sin embargo, eran los menos. Y así, al pasar el tiempo, poco a poco pude tener voz en esas reuniones. Muchas veces ya no era de las “orejonas”, aunque por muchos años solo me dediqué a escuchar, sentir y vivir a través de las pláticas de las mayores: cada anécdota, cada tema que analizaban con las herramientas y sentipensares, muchas veces contrastantes, de cada una. Había una ternura aguda en quedarme callada, con la espalda erguida y los ojos muy abiertos, como si eso me hiciera más digna de quedarme.

Hoy puedo decir que formo parte de esos aquelarres, y me cuestiono si algunas veces soy yo demasiado juzgona con esas mujeres que me ayudaron a forjar mi carácter y permitirme ser una “respondona”. Hoy, desde mi propia vivencia, puedo debatir de tú a tú, pero creo que es momento de valorar y reconocer esas noches de café nocturno, donde los grillos y los silencios de la noche nos permitieron conjurar: primero, las mayores conjurarme a mí, y después, con el tiempo, vivir esas alianzas que, aunque no nombradas, siempre se generaban… hasta que el sueño nos empezaba a vencer, una a una.

Hoy esa cicatriz se enciende como brasita cuando escucho reír a mis tías juntas, y me arropa en las noches donde soy yo quien sirve el café. Aunque no se vea, a veces duele, como un nudo tibio en el pecho cuando me descubro repitiendo sus palabras sin darme cuenta. La siento como una pulsación suave en la garganta cada vez que levanto la voz en una reunión de mujeres.

Soy Nikte Requejo Mendoza. Me formé como neurocientífica, pero escribo desde las vísceras, la memoria y el cuerpo. Nací en una familia de mujeres fuertes, tías y abuelas que tejieron mi carácter entre café, silencio y palabras compartidas. Me interesa la escritura como archivo afectivo y político, como forma de transformar lo vivido y de abrir camino para otras. A veces soy respondona, otras bruja, y muchas veces, las dos.